domingo, 22 de diciembre de 2013

EL MONASTERIO (y 3)

- 3 -

     La puerta daba a un patio exterior, lúgubre y solitario como todo lo que allí habitaba... No había nadie. Sólo se distinguía, desde donde yo me encontraba, sombras acechantes que pugnaban con tragarse cualquier cosa que se dignara a atravesar aquella puerta. 
      La figura comenzó a moverse con un susurro, dándome a entender que quería que la siguiera... Mis piernas, ajenas totalmente a mis deseos, comenzaron a caminar en pos de la aparición, sin que mi voluntad tuviera nada que hacer... Mi cuerpo se movía hacia aquella puerta, al fin y al cabo, era una salida...

     Había dejado de llover y la luna, por fin, aparecía en el horizonte cubriendo con su luz un páramo cuajado de tumbas, que dormían a uno y otro lado de una senda de piedra que iba atravesando aquel lugar... Nos íbamos acercando a una cripta de gran tamaño. Yo llevaba el miedo alojado en el estómago y el terror en la mirada...
     Mi cabeza iba dando vueltas al por qué de mi estancia allí... Algo misterioso y sin sentido había hecho que mis pasos se dirigieran hacia aquella música que oí en el bosque, como ahora, sin voluntad...
     Al entrar en la cripta, comprobé que había un número indeterminado de seres que, al igual que el que me precedía, iban envueltos en túnicas, o sábanas o ropajes de alguna u otra época, todos ajados y marchitos... todos vacíos, tétricos, casi etéreos. Empezaron a entonar un cántico mientras una campana empezó a tañer como cuando se llama a los difuntos...
    Me quedé en el medio y sin saber cómo, mi cuerpo fue perdiendo fuerzas cuando miles de bocas hambrientas me iban devorando, iban bebiendo mi sangre. Sólo dolió la primera vez, un dolor sordo y profundo, mientras mi espíritu se liberaba, sin emoción, ni angustia, sin miedo ya...
     Empecé a notar cómo la Muerte, con su dulce beso, me envolvía en unos instantes en los que ya no necesité inhalar el aire helado que recorría los muros de aquella estancia... nadie parecía darse cuenta que mis sentimientos se volvían egoístas, que necesitaba de otras almas vivas para seguir existiendo... de cómo aquella música confundía a los transeúntes.... Poco a poco, fui perdiendo la noción de ser persona, me queda poco tiempo, por eso mi antiguo yo, aquello que algún día fui se aleja y se pierde en la neblina de la noche... ya no soy yo, ya casi no puedo pensar... ya no existo...
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     A lo lejos, otro día, en otro instante, delante de la puerta del Monasterio, una persona se paraba y llamaba cadenciosamente sin saber que su cuerpo alimentaría una almas perdidas en aquel paraje solitario, sin que nunca más se volviera a saber de ella...





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