viernes, 14 de marzo de 2014

DÍA 44

DÍA 44

33:50 minutos los 5 km. y todo por culpa de los millones de perros que había hoy en el Parque.
Yo lo entiendo, hace buen tiempo y los pobres necesitan corretear y jugar...
Pero... por qué vienen todos a mí? Qué les he hecho yo?. Los trescientos mil perros que hoy han decidido salir a pasear con sus amos, han venido a saludarme, gruñirme, olisquearme... y hacerme perder minutos de carrera.
Una de las veces, en las que yo iba a mi bola, tranquilamente, escuchando Metállica a todo gas, he observado que un perro, que no me llegaría más arriba de las rodillas, pero con cara de mala leche: la lengua colgando del lado izquierdo, un diente que le sobresalía del lado derecho, los ojos sanguinolentos y fijos en mi persona, gruñendo y respirando fuertemente, se acercaba de frente, con decisión y sin vacilar. El dueño hablando por el móvil, sin percatarse de mi cara de susto. Ese perro que se acercaba rápidamente, y yo, como es de suponer, me quedo paralizada, sin poder mover ni un músculo, pero que, instintivamente, la pierna derecha se sube hasta quedar la rodilla a la altura del pecho, la pierna izquierda se planta, tiesa como un palo, los brazos se me cruzan para posar las manos una en cada hombro... ¿os lo imagináis? Y supongo que los ojos abiertos de par en par de puro miedo. Y ese perro que, de repente, pasa de largo y ni se detiene, ni me mira siquiera... En un alarde de valentía, echo una miradita por encima de mi hombro y descubro que lo que quería el perro era ligarse a una perrita que estaba detrás de mí... Maldito chucho, el susto que me dio...!!!!.
Cuando, de repente, descubro al dueño riéndose abiertamente de mí... "si no hace nada", me dice. Y yo, todavía en aquella postura, con una pierna levantada, sólo se me ocurre soltar una patética risita...
Por eso, he perdido tiempo y no he conseguido un nuevo record. Después de aquello, cada vez que veía un perro, frenaba un poco la marcha y ponía cara de miedo, por si los dueños se percataban de mi sufrimiento y los llamaban o los obligaban a no corretear detrás de mí, o que me ignorasen por lo menos... Pero no tuve suerte, y los trescientos mil perros que por allí jugueteaban vinieron a saludarme uno por uno...

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