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Es en las noches de diciembre, tan frías, cuando baja la niebla y nos cruza,
cuando las voces se
vuelven lejanas si cantan, si susurran,
y los árboles se quedan
helados, llenos de escarchas y perlas.
Es entonces, cuando
siento el deseo latente del calor de una fogata,
su olor a madera, a
hierba seca, a romero...
Empapándose mi piel en
la calidez de puertas adentro,
mientras que en la calle
se refleja el tiritar de las luces de colores...
Me gustaría que lloviera
para tener el día completo, la noche perfecta...
Soñarte siempre, cuando
estoy sola.
Sentirte en el
pensamiento como una caricia,
que refleja el estado de
la profunda añoranza,
queriendo volar
atravesando los cristales del invierno.
No hay nada mejor que el
calor cuando se tiene frio en el alma...
no hay nada mejor que el
frio en la cara, para congelar las lágrimas...
Empiezo a buscarte en
cuanto sale la primera estrella.
Dando vueltas y vueltas
al mismo tramo del camino,
sin avanzar, no quiero
avanzar...
Quedándonos dónde
conocemos nuestras historias, aquí, entre las teclas.
Me es más fácil soñar
cuando es diciembre.
Acumulándose deseos y
pensamientos a partes iguales,
borrosos y a veces sin
atisbo de realidad.
Sólo yo, que lo conozco.
Sólo tú, que lo sabes y
lo intuyes.