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Pensé que sabría soñar, pero a
veces, se desdibujan las caras con las que sueño, para ver amanecer como si
fuera en un cuento...
Todo desaparece, menos los ojos dorados.
Al abrir los míos
y sentir ese rayo de luz, el primero de la mañana, confundirse entre los
primeros visos de sol, calentando mi cuerpo y las sensaciones que se van
despertando ante mí, pienso en aquellos ojos dorados, esos que me persiguen
desde hace días... esos que lucen desde mi ventana, aclarando con su mirada el
día que me van aprisionando entre sus minutos agónicos y solitarios...
Pero ahí
están, mirándome, como siempre... atisbándose entre los pasillos, para que los
desee cada vez más, teniéndolos sin pensarlo.
Y es que cuando me vienen a ver,
me luce el segundo en el que están parados ante mí... pudiendo navegar por
ellos para confundirme de una vez y perderme entre la ilusión y la esperanza de
que algún día, aquello que dicen entre el silencio, se convierta en palabras,
en caricias, en besos...
Esos ojos dorados que se equivocan cuando se desvían,
esos que me abrazan con timidez, que me funden y me desarman...
Esos ojos
dorados que retengo en mi retina para que, al convertirse en realidad, se
queden conmigo en este lado del parque.