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La puerta daba a un patio
exterior, lúgubre y solitario como todo lo que allí habitaba... No
había nadie. Sólo se distinguía, desde donde yo me encontraba,
sombras acechantes que pugnaban con tragarse cualquier cosa que se
dignara a atravesar aquella puerta.
La figura comenzó a moverse con
un susurro, dándome a entender que quería que la siguiera... Mis
piernas, ajenas totalmente a mis deseos, comenzaron a caminar en pos
de la aparición, sin que mi voluntad tuviera nada que hacer... Mi
cuerpo se movía hacia aquella puerta, al fin y al cabo, era una
salida...
Había dejado de llover y la luna, por fin, aparecía
en el horizonte cubriendo con su luz un páramo cuajado de tumbas,
que dormían a uno y otro lado de una senda de piedra que iba
atravesando aquel lugar... Nos íbamos acercando a una cripta de gran
tamaño. Yo llevaba el miedo alojado en el estómago y el terror en
la mirada...
Mi cabeza iba dando
vueltas al por qué de mi estancia allí... Algo misterioso y sin
sentido había hecho que mis pasos se dirigieran hacia aquella música
que oí en el bosque, como ahora, sin voluntad...
Al entrar en la cripta,
comprobé que había un número indeterminado de seres que, al igual
que el que me precedía, iban envueltos en túnicas, o sábanas o
ropajes de alguna u otra época, todos ajados y marchitos... todos
vacíos, tétricos, casi etéreos. Empezaron a entonar un cántico
mientras una campana empezó a tañer como cuando se llama a los
difuntos...
Me quedé en el medio y
sin saber cómo, mi cuerpo fue perdiendo fuerzas cuando miles de
bocas hambrientas me iban devorando, iban bebiendo mi sangre. Sólo
dolió la primera vez, un dolor sordo y profundo, mientras mi
espíritu se liberaba, sin emoción, ni angustia, sin miedo ya...
Empecé a notar cómo la
Muerte, con su dulce beso, me envolvía en unos instantes en los que
ya no necesité inhalar el aire helado que recorría los muros de
aquella estancia... nadie parecía darse cuenta que mis sentimientos
se volvían egoístas, que necesitaba de otras almas vivas para
seguir existiendo... de cómo aquella música confundía a los
transeúntes.... Poco a poco, fui perdiendo la noción de ser
persona, me queda poco tiempo, por eso mi antiguo yo, aquello que
algún día fui se aleja y se pierde en la neblina de la noche... ya
no soy yo, ya casi no puedo pensar... ya no existo...
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A lo lejos, otro día, en
otro instante, delante de la puerta del Monasterio, una persona se
paraba y llamaba cadenciosamente sin saber que su cuerpo alimentaría
una almas perdidas en aquel paraje solitario, sin que nunca más se
volviera a saber de ella...