domingo, 24 de noviembre de 2013

POR MIEDO A...

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Por miedo a hacerte daño, fundí mi corazón en brasas para estar entre tus brazos, queriendo ser beso y quedarme en tus labios.

Por miedo a sentirte otra vez, apagué mi deseo en lágrimas, queriendo estar en tus ojos y hundirme contigo entre la marea y el mar,

Por miedo a no encontrarte, me perdí en ese bosque ocre que tenías, queriendo ser un cuerpo bailando entre la música, teniéndote dentro en un vaivén...

Por miedo a que no me quisieras, me escondí entre el sol y la niebla, queriendo gritar tu nombre al viento, escuchando tu voz sin que nada importe después...

Por miedo a quererte yo, olvidé mis sentimientos en el camino..., queriendo que la música me transportara, sin cuerpo, sin esfuerzo, elevándome libre, sin ataduras ni vestidos...

Por miedo a ser yo, me transformaba en las notas de una guitarra, limpia y nítida tensando mi corazón, mientras te vas, alejándote de todo, con tu voz que me lleva y me trae.

Por miedo a no verte, mi alma se desgarra y los trozos de mi corazón se esparcen donde tú estés, con las manos extendidas, hasta aprisionarte y no dejarte escapar otra vez.



EL DEL BICHITO Y EL GATO

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Era un insecto y estaba orgulloso de serlo.

Vivía calentito entre la maleza del pelo de un gato blanco que no se había molestado en quitárselo por pura pereza. 
De todas forma, el bichito no era excesivamente empalagoso, casi no molestaba, salvo lo estrictamente necesario para su conservación y necesidad. 
Daba poca guerra al gato, y por eso éste no se había percatado aún de su existencia. 

Pero hete aquí, que estando tranquilamente el gato al sol, el insecto debió de moderle un poquito para calmar su sed, y el gato, raudo y veloz, lo trituró entre sus dientes, despejando su bonito pelo de inquilinos no deseados y que encima, no pagaban alquiler...

EL DE LOS GALGOS Y LA LIEBRE

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Corrían por el campo, pero parecía, desde lejos, que no sabían muy bien a dónde iban. 
Eran dos, con patas largas, cuerpo esbelto y fibroso. Dos galgos ejemplares, educados para hacer su trabajo con precisión, era su manera de vivir y sabían hacerlo muy bien. Corrían con esa elegancia que solo los de su raza sabían hacer. Saltaban vallas, recortaban arbustos, zigzagueban en pos de una estela blanca... 

Un punto en el horizonte les indicó dónde estaba... Sólo se veían las orejas, entre la hierba, agazapada, pensando en una estrategia para escapar. 

De pronto, uno de los galgos se paró en seco. El otro le miró extrañado, sin saber, pero lo imitó, por instinto. 
Movió lentamente la cabeza hacia su presa, por un segundo la había visto moverse. 
Un escalofrío recorrió su cuerpo y salió detrás de la liebre. Pero ésta ya estaba esperando la reacción del galgo y estalló en un controlado salto, escapando delante de sus narices como si aquello lo hiciera todos los días... 
Su corta figura se perdió en el horizonte, dejando a los perros frustrados, con un palmo de narices. 

Esta vez, la liebre, escapó de una cazuela segura.