lunes, 4 de noviembre de 2013

EL TIEMPO Y LA VIDA

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Tenía ganas de gritar, de expulsar de mi cuerpo la apatía y la tristeza. Necesitaba desprenderme de las preguntas que me rondaban alrededor... Miraba sin ver el camino que se iba trazando a cada segundo de mi existencia. Sentía los pies fríos, y la angustia que se colaba por mi garganta, haciéndome tiritar de miedo... 

Y quería gritar, y no podía, las lágrimas se agolpaban en las cuencas de mis ojos vacíos, queriendo inundarme de desamor... Nada parecía igual, hasta que me hablaste. Empecé a girar mis sentimientos en un torbellino sin fin. Como las hojas secas en el otoño. Como las hojas que tengo aquí, en mi casa, en mi puerto, en mi corazón. 

Necesitaba gritar y no salía la voz. Mi garganta se cerraba en mi mundo aullando de dolor, y mis sueños se rompían porque iba a gritar y no podía. De pronto, sin saberlo, en silencio... tus palabras llenaron mi angustia, retornó a mí la calidez de tu recuerdo, llegando a palpar tu cercanía, tus latidos, tus sentimientos... creyéndolos míos, cayendo en tu silencio, despojándome de mis miedos y envolviéndome otra vez, como si no te hubieras ido, como si todo fuera un sueño... sintiendo ganas de gritar... gritando tu nombre al viento, a través de mi ventana, con mi voz en el aire... y entre nosotros... la esperanza, el tiempo y la vida...

DÍA 20

DÍA 20

Hoy he hecho uno segundo mejor que el último día, que, ¿por qué sólo un segundo?. 
Os lo cuento: 
Iba yo corriendo tranquilamente por el Parque del Príncipe, cuando vislumbro a lo lejos una figura que, así de pronto, me pareció mi viejino favorito... 
Llevaba puesto un pantalón de chándal, una camiseta blanca y lo que parecía una gorra blanca también. Hacía estiramientos con los brazos, los llevaba hacia arriba y luego bajaba, supuestamente hasta tocar con los dedos el suelo (claro, que él llegaba con los dedos hasta la rodilla, no más), cuando me acerco y compruebo que, efectivamente, es mi viejino haciendo gimnasia, me doy cuenta que lo que parecía una gorra era en realidad... ¡un pañuelo blanco, al estilo rural!. Es decir, con un nudo en cada esquina. 
1º.- No hacía sol, por lo que era un poco absurdo lo del pañuelo. 
2º.- Corría un vientecillo, que no le iba a durar el tocado ni 2 minutos. A lo mejor es que tenía frío en la calva... 
En esto que me ve y me grita: RUBIAAAAAA! (¿rubia?, miro hacia los lados y no hay nadie más, sería yo?...) y sigue diciéndome a grito “pelao”: ¿DÓNDE HAS DEJADO LOS RIZOOOOSS? (con el consiguiente susto de dos pájaros que estaban bebiendo de la fuente). 
Ufff!!!!. No sé qué me estaba imaginando ya... cuando de repente caigo que yo, a veces, me rizo el pelo con una plancha de esas que te lo queda como si te hubieras dejado toda la noche las trecitas hechas, y al deshacerlas por la mañana, te queda el pelo ondulado, al estilo “jipi”. Y entonces le contesto: ME LOS HE QUEDADO EN CASAAAAAAA! (otros tres pájaros, asustados, remontan el vuelo desde un árbol) y por supuesto, me da un ataque de risa. 
Claro que, a mi, cualquier cosa me provoca un ataque de risa, y se me va la fuerza... por eso, sólo me he superado en un triste segundo. Aunque algo es algo y yo me conformo con poco. Hasta el miércoles.