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Cuando él la llamó, no sabía qué
voz poner…
Era tal la emoción que le subió
desde su estómago, que aquellas mariposas siguieron revoloteando toda la tarde
en su interior. Por fin había dado el paso, por fin tenían una cita.
Según se acercaba el momento, le
temblaban más las manos y un sudor frío recorría su espalda. No sabía qué giro
daría su vida después. Sus esperanzas estaban puestas en el reloj de la
mesilla, aquél que no paraba de sonar melancólicamente, con su tic-tac monótono
y quedo…
El silencio, de pronto se apoderó
de ella… No sabría estar a la altura, las dudas y los temores llenaban su mente
pensando si él también sentiría lo mismo. Se comportaba como una novia reciente
y nerviosa; con el ir y venir de los pasos resonando entre aquellas paredes
vacías.
Durante mucho tiempo, sólo
existieron las cartas y las llamadas esporádicas. A veces, el olvido amenazaba
con volver.
No sabía qué vestido ponerse para
parecer más joven, más guapa, más interesante…
De pronto el timbre retumbó en su
casa solitaria y oscura. Dio un paso, después otro… La garganta le escocía con
las primeras lágrimas a flor de piel. Él lo era todo, y ella le esperaba…
Cuando abrió la puerta y le miró
a los ojos, a aquellos ojos grandes y fijos, tan parecidos a los suyos; cuando
descubrió su cara entre la nieblina del recuerdo; cuando pudo besar sus manos y
tenerle entre sus brazos, recordando cómo le cantaba cuando era pequeño,
recordando sus besos pegajosos de azúcar en la piel; sintió que aquel niño se
había convertido en un hombre…
Aquel orgullo le supo a
poco. Notó ese primer trago de sal en la boca del estómago, cuando su mirada se
enturbió y ya no pudo parar de contener sus emociones…
Después de tantos años… el hijo,
por fin… había vuelto.