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Érase una vez un perro, grande,
grande… de éstos que tienen muchísimo pelo, largo y liso; y un morro alargado…
Trotaba feliz por el Parque, cerca de su amo… Aquí se paraba a olisquear
curioso, allí metía la nariz entre los arbustos intentando descubrir lo que se
escondía detrás… Era un perro feliz y se notaba por cómo corría y saltaba…
Pero, por otro lado… érase una
vez un perro, pequeño, pequeño… de éstos que no tienen casi pelo, con las
orejas inhiestas y el hocico siempre en postura de gruñir… Corría por el parque
metiéndose por todos los huecos que le permitía su pequeño cuerpo, buscando
algo que mordisquear, arañar o ladrar… Se paraba de repente, y se quedaba
estático, como escuchando lo que la tarde tendría para él… Era un perro
desconfiado y arisco… siempre de mal humor y deseoso de buscar pelea allí por
dónde iba…
Y vete tú a saber por qué… la
vida de estos dos perros se cruzaron en un momento de sus vidas, allí… en el
Parque, cada uno con su amo, cada uno en sus cosas…
Perro-pequeño en seguida se percató
de la presencia de Perro-grande. No así éste, enfrascado en averiguar cuántos
pétalos tenía una flor amarilla en un arbusto…
Perro-pequeño se acercó
rápidamente y con ganas de pelea, con la cabeza bien alta y las fosas nasales
abiertas de par en par a la búsqueda de la guerra y el enfrentamiento… Se
colocó justo bajo Perro-grande, que ni si quiera vio lo que se le venía
encima… o más bien debajo…
La situación se volvió de lo más
tremenda: Perro-pequeño miró hacia arriba y notó cómo dos bolas grandes y
peludas se columpiaban encima de su cabeza, sin entender muy bien qué eran y
qué hacían allí…
Perro-grande, empezó a sentir cómo un aliento le acariciaba
sus “bajos fondos”…
Nadie vio venir la tragedia… En una ráfaga de segundo,
Perro-pequeño sacó uno de sus puntiagudos colmillos mientras gruñía
intermitentemente… y con un rápido movimiento, cerró su mandíbula, con todos
sus dientes en disposición, en pos de aquellas bolas peludas que lo amenazaban
de alguna manera…
El aullido de dolor se escuchó y
retumbó en todo el Parque… Llenando de lamentos y lágrimas el aire cálido de
aquella tarde de verano en el que Perro-grande ya no volvió a ser el mismo
nunca más…
Y cada vez que alguien pasa por aquel paraje, jura que de vez en cuando, aún se escuchan entre el movimiento de las hojas de los árboles, junto a las ráfagas de viento, el alarido de Perro-grande, que llora amargamente de dolor y que quedó impregnado entre aquel camino de tierra y las lágrimas de un perro eunuco...