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Me
salto la encrucijada del camino, y hago tres cruces en lo alto...
sabiendo que no pasará nada, porque ya está escrito... en el
destino, en ese libro mágico...
Me
detengo sin saber por dónde cruzar. Como teniendo un puente de madera
inseguro y sin control sobre mis manos temblorosas... El
cielo está encapotado, plomizo, denso...
Descarga
su furia sobre mi y me desgarra en llanto.
Una
voz se escucha en la lejanía cada vez más cerca. Canta trozos de mi
vida que yo ya conozco y no comprendo...
Quedo
allí tumbada en medio de la nada. La oscuridad cerniéndose en mi
cabeza no dejándome pensar con claridad. Tengo que salir de aquí.
Me despojo de todo lo que no me sirve. Me quito las ropas que me
sobran y me quedo desnuda.
De
pronto, a lo lejos observo tu figura llegar entre penumbras.
Vas
silbando una triste melodía que llena mi espacio...
Al
verme, tus ojos se abren y me dejan entrar en ellos, como la luz,
como un latido...
Tampoco
llevas ropas ni abrigos, nada entre nuestros cuerpos hace que nos
avergoncemos, porque nuestra desnudez es hermosa, sin ataduras, sin
huellas ni heridas... sólo dos cuerpos: Un hombre, una mujer...
complementándose entre nosotros, abrazándonos, no dejando piel sin
tocar, desde lo más profundo.
No
importan las sombras ni la luz. No queremos el aire ni la brisa que
nos envuelve... sólo estamos nosotros, en nuestro mundo... sin
sentirnos inseguros o indiferentes, no estamos solos, somos dos,
somos una multitud...