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En un momento querían quitarme la libertad.
Me escapé.
Me perdí.
Salí a la calle a buscarla y la encontré...
Estaba donde siempre la había dejado dormida, entre los árboles y el rumor del viento que se convertía en ráfagas de furia en décimas de segundo.
Me confundía con ella, y quería cerrar los ojos para poder sentirla en todo su esplendor, parecía que me llenaba de ella, desde que aspiraba el aire frío y se colaba entre los poros de mi piel, hasta llegar a los latidos de esperanza que se deshacían entre lágrimas que se escapaban sin querer.
Las gotas de lluvia caían perezosamente de entre las ramas, al son de la música que se deslizaba entre las hojas y las pinceladas de aromas al color verde...
Me empapaba de esa majestuosa sensación multicolor, entreteniendo mis sentimientos para no pensar.
Vaciaba mi alma al compás de las pisadas que iba dejando, ahondando las huellas de mi llanto mudo.
Porque todo eso lo perdía, a medida que se acababa el tiempo y tenía que volver, debía regresar de mi segundo de libertad en el que podía ser yo; sola, entre mi mundo y la tierra.