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Corrían por el campo,
pero parecía, desde lejos, que no sabían muy bien a dónde iban.
Eran dos, con patas largas, cuerpo esbelto y fibroso. Dos galgos
ejemplares, educados para hacer su trabajo con precisión, era su
manera de vivir y sabían hacerlo muy bien. Corrían con esa
elegancia que solo los de su raza sabían hacer. Saltaban vallas,
recortaban arbustos, zigzagueban en pos de una estela blanca...
Un
punto en el horizonte les indicó dónde estaba... Sólo se veían
las orejas, entre la hierba, agazapada, pensando en una estrategia
para escapar.
De pronto, uno de los galgos se paró en seco. El otro
le miró extrañado, sin saber, pero lo imitó, por instinto.
Movió
lentamente la cabeza hacia su presa, por un segundo la había visto
moverse.
Un escalofrío recorrió su cuerpo y salió detrás de la
liebre. Pero ésta ya estaba esperando la reacción del galgo y
estalló en un controlado salto, escapando delante de sus narices como
si aquello lo hiciera todos los días...
Su corta figura se perdió
en el horizonte, dejando a los perros frustrados, con un palmo de
narices.
Esta vez, la liebre, escapó de una cazuela segura.
Pero ¿Tú viste a la liebre escaparse? ¿O te lo has imaginado?
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