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Era un insecto y estaba
orgulloso de serlo.
Vivía calentito entre la maleza del pelo de un
gato blanco que no se había molestado en quitárselo por pura
pereza.
De todas forma, el bichito no era excesivamente empalagoso, casi no
molestaba, salvo lo estrictamente necesario para su conservación y
necesidad.
Daba poca guerra al gato, y por eso éste no se había
percatado aún de su existencia.
Pero hete aquí, que estando
tranquilamente el gato al sol, el insecto debió de moderle un
poquito para calmar su sed, y el gato, raudo y veloz, lo trituró
entre sus dientes, despejando su bonito pelo de inquilinos no
deseados y que encima, no pagaban alquiler...
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