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No podía encontrarte entre tanta gente.
El ruido y las luces confundían mi mente, además de un efluvio de alcohol que, sin darme cuenta, había dejado un vaho de sentimientos confusos en mi alma... Tropezaba a cada paso para no chocar con nadie. Todos llevaban la sonrisa en la cara y las buenas intenciones a flor de piel. Un año nuevo comenzaría en breve y tú no estabas a mi lado.
Intenté escabullirme varias veces de manos que me asían y me apartaban de mi camino, intenté cruzar la calle y esquivar los vehículos que, con impaciencia voceaban en forma de bocinas aturdidoras. Salvar la acera fue una de las batallas que sentía que perdía en esos minutos previos a la media noche.
Llegaba tarde a tu encuentro.
Temía no verte y perder la oportunidad de contarte cómo mi historia quería entrelazarse con la tuya. Tenía que ser en ese momento mágico de la llegada del año.
Unas gotas de agua entorpecían mi esfuerzo. Al principio suavemente, al segundo caía una lluvia torrencial que desperdigó a las personas en varias direcciones empujando mis deseos de alcanzar por fin el punto final... Todo parecía perdido, incluidas las esperanzas que abrigaba sobre el nosotros a partir de mañana, a partir de unos segundos...
Pero de repente, todo se tornó claro y conciso en cuanto las nubes despejaron los miedos. Te vislumbré esperándome en la acera. Mojada y sonriente, como cuando te conocí. Los años han pasado y tú eres la misma, siempre feliz, siempre mía...
Me acerco y contemplo tu boca con la promesa de un beso.
Un beso en el que fundir tus días y mis problemas, tus angustias y mis tardes al sol, mis miedos y tu rayo de luz...
Ahora, mientras empieza el año nuevo y la magia renace en los poros de nuestra piel, comienza también una nueva realidad entre nosotros dos...