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Abrí los ojos y la luz me cegó…
El tiempo, de repente, había
retrocedido,
reduciendo sus latidos en retroceso
a mi vida.
Me miré en el espejo y no me
reconocí.
Mi reflejo no parecía llevar
el paso de los surcos
vertidos todos estos años.
La risa subía
desde el corazón hasta la garganta,
explotando en un acto fortuito y
casual,
sorprendiéndome incluso al llegar a
la boca.
Los recuerdos se habían escondido
en un tarro de cristal,
a la espera de colarse a
hurtadillas
por el resquicio de la ventana del
pasado.
¿Era yo esa persona que me miraba a
través del espejo?
Había retrocedido treinta años…
Me encontraba en la esencia
de lo que un día fui,
junto a los rostros que se
arremolinaban
en pos de la niebla de esta mañana
de otoño,
envuelta en las nubes de la
nostalgia
y el regocijo de aquella felicidad
conseguida entre los apuntes y los
libros,
el olor a tiza y borrador,
el aroma de una nube de humo
de un cigarro encendido en el aula…
Voces y susurros escondidos en el
viento,
atraviesan las puertas del
retroceso
conmoviéndome el pensamiento de
estar aquí…
…ahora…
Rostros y miradas que han vuelto a
mi vida,
desenterradas después de los años
convertidos en sentimientos
adultos,
en los que paulatinamente se opuso
el cuerpo maduro frente al espíritu
joven
que aún anida en nosotros.
El día a día se va imponiendo
y aquella neblina se disipa,
devolviéndome a la realidad.
Ahora son otros los ojos que os
contemplan,
después de sopesar las palabras
y los sentimientos encontrados.
Una voz renace en mi interior,
de risa sincera y sincera acogida,
de muestras y derrotas sufridas,
de victorias ganadas y enredos de
sueños.
La realidad adolece este día,
quedando la magia cosida a nuestra
ropa de viaje.
Otros ojos miran ya desde el
pasado,
acercando el presente de nuevo,
mezclando la esencia y el recuerdo,