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No perdía nada si lo intentaba. Pasó toda la tarde pensando en ella y en su reacción.
No perdía nada...
En esos momentos no sabía cómo iba a llevarlo a cabo. El sudor y la incertidumbre desnudaban su alma, confiriéndole un aire desolado. A pesar del frío y la niebla, sentía el calor entre su propia vergüenza.
Las calles parecían húmedas y vacías. Sólo se distinguían las pequeñas luces en las ventanas de las casas, inspirando pensamientos hogareños y melancólicos...
Estos días navideños le provocaban sentimientos encontrados: recuerdos felices de su niñez y la tristeza de sentirse solo por primera vez en su vida.
Sólo el deseo de volver a verla le imbuía de esperanza.
A lo lejos distinguió su silueta entrecortada. La luz mortecina de la tarde le confería un halo de misterio que le hizo estremecer. El sonido de sus pasos acompasados, se fundía en el ritmo de su corazón.
A medida que se acercaba, iba distinguiendo sus rasgos. Sus hermosos ojos dirigían la mirada directamente hacia su persona, envolviéndola entre la magia y las luces de navidad, haciendo desaparecer sus miedos y su timidez.
Sólo quería abrir los brazos y estrecharla entre ellos. Su boca contenía la promesa de un beso entre los labios, invitándole a descubrir el inmenso mundo del amor entre los colores y las notas acompasadas de una nueva vida.
Después de esa tarde, nada volvería a ser como antes. Guardarían entre sus recuerdos, la primera vez que se tuvieron, un día de Navidad cualquiera, entre las calles mojadas y la niebla del atardecer.
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