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Saben que deben volver, que no saldrán de sus cajas hasta dentro de un año.
Y aún así, están deseando descansar. Han sido muchos días de trabajo arduo y a veces inútil. Ya casi nadie viene a verlos. Los niños ya no ríen en la inocencia, ni se escuchan sus pasos menudos subir y bajar las escaleras. El último aroma se va apagando sin remedio, para que todo pueda volver a la rutina...
Se oyen, a veces, lamentos resignados... saben que deben volver...
Un año otra vez, hasta admirar de nuevo las luces en las calles. El invierno luminoso, con sus nieblas y sus campanillas... El tiempo de las sonrisas y la calidez. El tiempo de la inocencia...
Volver a encerrarse en las cajas de siempre, en el fondo del cajón, en un armario que casi nunca se abre. Qué tediosos los días allí olvidados. Deseando volver a depositar la alegría y la esperanza en un árbol de colores o en un camino de tierra en el que los pastores se dirigen en una maqueta casi perfecta, al mismo sitio un año tras otro... cruzando huertos y plazas, castillos y pesebres...
Deben volver para poder llegar otra vez al año que viene... Ya los esperamos, ya los echamos de menos, abriendo las cajas una vez más, descubriendo la magia de la Navidad en un momento.
Saben que deben volver y aún así, un deje de nostalgia se palpa en el ambiente, mientras se doblan las guirnaldas y se envuelven las cintas de oropel... La magia y la luz se esconden en un baúl. Será dentro de un año... Otra vez... sabiendo que deben volver.
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