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Había ocurrido ya cuatro
veces.
Y según parecía, no sería
la última vez.
Mis ramas estaban maltrechas, las cintas se habían movido de su
sitio y de las luces ya ni hablamos.
Creo que no se podrían encender más… ¡Con lo
bonito que lucí el primer día y lo orgulloso que me sentí en el nuevo rincón
donde me habían depositado!. Me sentía cansado por tantas caídas imprevistas y…
sí, allí estaban otra vez…
Los he visto deslizarse
sigilosamente hacia la parte de atrás. Sé que lo tienen prohibido, se lo han
dicho una y mil veces, pero ellos ni caso. Sobre todo uno, el pequeño, la tiene
tomada conmigo… Pobre adorno roto… Una bolita de cristal de colores hecha
añicos, y ellos sin mostrar el más mínimo deje de vergüenza o arrepentimiento…
Tan campantes… Aquí están… olisquean mis ramas y después de un rato de contemplarme
se dirigen hacia la parte más alta, intentando coger las más brillante para
jugar. Se suben escalando por los pisos que forman mi cuerpo y se enredan con
los lazos rojos y dorados…. La maceta ya no tiene casi tierra, no podrá
soportar mi peso…
No…, no..., pierdo el equilibrio
de nuevo, lo pierdo y voy cayendo profundamente, otra vez…
Zaaas…!!
Ya dí con mi cuerpo en el suelo, junto al sonido estruendoso de bolas rotas… ¡Qué
pena !
De nuevo, con infinita
paciencia, vuelven a colocar mi cuerpo maltrecho en su sitio…
Definitivamente no nos
llevamos bien los gatos y los hermosos árboles de navidad… no… nunca nos
llevaremos bien…