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Giraba, con los brazos extendidos, intentando captar el aire que se filtraba entre el espacio de su cuerpo y las hebras de su pelo. Sin parar de dar vueltas para no terminar nunca, entre los flashes que la vida le daba, dejándola sin fuerzas. La presión que anidaba en su pecho hacía que el corazón se le encogiera. Rotando vacía de sentimientos, se iba llenando de temor que acumulaba entre sus manos, dejando escapar el aire poco a poco. El desdén que desde fuera la tocaba, se transformaba en la sospecha y el miedo... Queriendo ser fuerte a cada vuelta, para no caer, sin saber dónde ir. Recogía los trozos esparcidos intentando unirlos otra vez sin éxito. Nada hay como esas ráfagas de viento que provocan que siga sola, girando y girando. Las lágrimas que se escapaban de vez en cuando, se transformaban en la lluvia de primavera. Las palabras que nacían en su garganta, allí se quedaban aletargadas, con la amenaza de anidar para siempre, sin llegar jamás a salir, provocando ronqueras de angustia y un grito mudo que no vería nunca la luz...
Pero después, cuando dejó de girar y las locas ideas empezaron a asentarse, sintió el pulso de la vida en sus venas. Cuando las cosquillas del tiempo nacían en su pecho y pudo soltar el nudo que la ataba, entonces empezó a sentir la vida, y a cada latido, un paso que daba hacia delante. Por cada impulso, una sonrisa iba creciendo en sus labios llegando a sus ojos, creando los hilos de colores que permitirían el renacer de su pena, a otros estadios cosidos con fuertes nudos a su propia felicidad.
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